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Festejos

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Pasa un minuto de las tres y estoy aquí, rezándote ante un espacio en blanco donde musitar tu nombre en voz baja como quien aprende su primera plegaria frente a un teclado.

Rezándote contra la madrugada en esta capilla sin puertas, a cielo raso, sin bóvedas ni cigüeñas; rezando tu cabello sin incienso, tu carne sin ungir, el mentón reposado sobre el firmamento, el compás de tus latidos meciendo todos los sueños.

Rezando la seda verde de tus secretos, ofreciendo mi silencio desde la hondura, desde la belleza que duele si la redacto en esta soledad, tan para mí, silencio y madrugada, mientras los demás cantan el último prodigio a voz en grito, o abjuran de tu credo en esta hoguera de vanidades, en este circo de los sinsentidos, pensando que quien más sabe es quien más duro pega. De palabra, de obra, sin omisión.

Es la premisa del castigo, de los teóricos que nada tienen que ver con esto; ni con lo tuyo ni con lo mío. Nada que ver con mi cántico, el salmo de tu cintura, el rosario encadenado de misterios discurriendo por tu mano diestra, el tiempo danzando en tus muñecas, tan leve; la letanía final atronando en la muleta, dos naturales inmensos donde se venció el mundo por el costado izquierdo en los pitones acaramelados, en el pelo colorao donde leo tus versículos. Dos pañuelos, dos palomas. Gratia plena. Y te canto, y te rezo.

Yo estoy aquí, en este templo sin tribuna ni parroquianos, sin siquiera una firma; sin lenguas de fuego ni látigos, sin importarme si sé o no sé, sin ganas de justificarme en esta noche que quiero sólo para mi, para rezarte cerrando los ojos como se reza a los dioses, como se evoca lo que más se ama, lo que presentimos allá arriba, por encima de las estrellas y de noches así, bochorno y nubes, presagio de tormentas, verano casi vencido, exprimido de plaza en plaza.

No te conocía y te vi bajo la lluvia, agua que no cesa, agua bendita; tu primer toro. Y creí entonces como creo ahora, tantos años, tantos siglos después, sin necesidad de explicarme, sin necesidad de entenderte, como no puede entenderse lo que sale de las tripas, de los poros, la genialidad que no se aprende, el lance irrepetible, el trazo de lo que siempre perdura esculpido en lo efímero, en el aire, no más. La gracia, el don, la inspiración, la magia.

En silencio, rezando, besando sin besos la mano, el índice en alto que apunta a los cielos, dibujando sin saberlo aquella mano de Ordóñez que un día acarició a toda la historia del toreo. Bendiciendo, consolando acaso tantas tardes sin lágrimas, tantas tardes sin latidos.


Rezándote verde y oro, como a las Vírgenes bajo palio que cantan su pureza; que cantan la esperanza del mundo, un paso por delante del dolor, quemando la cera del destino bajo los pies, rozando la gloria a hombros de un puñao de hombres, el vientre del círculo abriéndose gozoso, descerrojando la puerta grande de lo insondable. Rezándote sobre el albero plomizo de las entrañas de la tierra, en la boca de riego de lo que nunca puede olvidarse, lloviendo el viento.


Yo te canto contra la madrugada, Morante; al límite, en el abismo por el que se precipita mi alma cuando alza el vuelo tu capote y clavas la zapatilla. Y me sigue doliendo la bendita locura que desparramas, la torería arrogante, tu presencia sobre la arena. Y te escribo sin versos, enterrando las palabras lejos del mar porque no quiero encontrarlas.


Yo te rezo contra el alba, ahora que los demás duermen y se posa sobre la tierra el milagro mecido, el teorema imposible de tu toreo.


Así pasen los siglos, Morante, verde y oro. Amén.


(Las fotos, de Arjona, son de Aplausos)

Acerca de Antonio De la Torre Blanco

Amante del TORO, Pasión por todas las tauromaquias, toreo, encierros, capeas... Luchemos por la autenticidad de la fiesta.
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