toe
Hé aquí un torero. Matando, casi muriendo. Desangrándose sin herida. Esperanza y oro. Azul índigo y oro, azul denim.
Iván Fandiño. Así, tan torero, a merced del pitón que apunta al bolsillo del vaquero. Ese bolsillo donde los demás guardamos las llaves para volver a casa o la calderilla de comprar el pan. Ese bolsillo donde este hombre, esperanza y oro, guardaba la vida y los sueños, la cara y la cruz de una moneda ya lanzada en el aire. Y salió cara. Y salió vida. Y triunfó la vida.
Me fascinaba la seda verde de Iván Fandiño. Verde y oro, como el manto de terciopelo y estrellas que cubre toda la Esperanza del mundo cuando aquí, en la tierra mía, la sacamos en los días de Pasión, venciendo, consolando el luto. Verde y oro, nada y oro en el capricho de las puntas, en la aguja sin miramientos del pitón.
Puristas habrá que digan que esto no es el traje de un torero. Que así no sale un torero después de guardarse la vida. Que de siempre existieron los remiendos en el callejón, puntadas y tafetanes, cosidos apresurados, oro reconstruyéndose sobre el oro, carne que cierra la carne. Que no es ortodoxo, que no es católico, que no es profano, que no es. Que no.
Pero yo he visto a un torero haciendo a su medida el hábito, transformando el índigo en esperanza, el denim en oro que no pesa. Sin concesiones a la estética por su ética. Bordando filigranas invisibles sobre el instante, en el centímetro redentor. Veo a un torero, esperanza y oro, índigo y oro. Veo a un torero, sobrevolando la muerte, creciendo en el aire, echando raíces sobre la espada, este vértigo de ser o dejar de ser. Sorteando sin tierra el navajazo directo al bolsillo donde guarda la vida, la llave de todo su tiempo. Torero en la seda, torero denim y oro, denim y milagro. Torero desde las entrañas, torero de pies a cabeza.
Y el que le eche cojones, que diga que Iván Fandiño no salió vestido de torero a la arena de Las Ventas.
No hay comentarios: